Una vez superado el ecuador de este MOOC sobre REA y TICs, tengo que decir que está siendo algo realmente enriquecedor. No se es consciente de hasta qué punto uno conoce los recursos que puede ofrecer internet... ¡Hasta que le muestran una pequeña parte y cómo funciona!
Desde el principio hablé sobre ese vértigo ante las cosas nuevas que además de nuevas son también infinitas. Cuánto por aprender y qué poco tiempo tengo para todo, y aun así qué gran ayuda suponen las metodologías a distancia... (Advertencia: solo apto para autodidactas. Contraadvertencia: Se puede trabajar lo de ser autodidacta)
Tras una entrada a tientas y con torpeza en los foros, las actividades han sido un respiro en cada lección. Tener una actividad que hacer, tener algo con lo que rendir cuentas, supone una descarga de responsabilidad dentro del propio aprendizaje: se te evalúa, se dice qué está bien y qué no, y corriges lo aprendido.
Lo más interesante ha sido sin duda el acceso (¿el acceso? ¡Más! ¡El hecho de conocer su existencia!) a las distintas herramientas que ofrecen los Recursos Educativos Abiertos. Un paso más allá ha sido la práctica con algunos de ellos, que ha servido para derribar muros y enfrentarse a programas que no nos van a comer (porque no, no te comen), y que de hecho pueden ayudarnos a preparar una clase, a ayudar a los alumnos a aprender unos verbos difíciles,... Es esencial superar ese miedo a no saber adaptarse, a no ser capaz de comprender una herramienta y darla por perdida. Recomiendo este curso precisamente por eso: por ayudar a superar un miedo que parece más común de lo que creemos.
A Basque woman in London
lunes, 26 de octubre de 2015
martes, 27 de agosto de 2013
"Oc... Et mon Iseut."
Asusée... O lo que viene a ser "al ataque" (o "adelante") en lengua de oc, porque últimamente escribir se ha convertido en una necesidad que me da mucha guerra, y toca combatirla aunque sea con unas pocas líneas.
Tengo un campo de batalla por cabeza, con mis ideas por un lado y un tiempo demasiado limitado por el otro, con esos bandos chocando una y otra vez, clavándose las uñas y llenando la arena de tinta como si fuera una carnicería negra... Pero no, no seguiré por ahí. Eso es algo que quizá le pegue más a Ruiz Zafón y a sus historias sobre una Barcelona tétrica, misteriosa y siempre bohemia. Pero bohemia de verdad, en el sentido más auténtico de la palabra, donde los genios conviven con la miseria, la depresión, la sífilis y la absenta. Pero no con la muerte. Es mala compañera de piso.
Dex aie, allá voy...
Mi ejemplar de Tristán e Iseo me mira con ojos húmedos. Pensaba ser el único protagonista de la entrada cuando lo cogí de la estantería, hasta que, ojeando mi pequeña biblioteca, he rescatado mi Leonor de Aquitania (The Book of Eleanor), de Pamela Kaufman. Es una de las novelas históricas que más rápido he leído, quizá porque está escrita de una manera y tiene una serie de elementos que hacen la lectura mucho más ligera. Es lo que es. Una historia de amor (inventada, la autora no tiene problema en confesarlo) con intriga política constante. Y tiene lo que más me gusta de todo: la historia de una mujer importante en su tiempo. Tiene diálogos, muchísimos, cosa que lo hace aún más ágil, aun a riesgo de perderse entre tanta conversación.
Leonor no solo es una preciosidad, al menos en esta versión de folletín feliz. Es una mujer culta, interesada en las letras y en la música. Conoce el oc, lengua que escuchaba a su padre, Guillermo X, y a veces incluso lo habla con su amante, un hombre de cabello oscuro que se llama Rancon. Puestos a fantasear, recurramos a estereotipos y elijamos al típico caballero terriblemente guapo, de piel dorada y gran resistencia física en las situaciones que lo requieren... Kaufman nos deja con la miel en los labios, y después de tanta perfección descubrimos que está casado. Muy afligida parece Leonor al enterarse de esa noticia, realmente disgustada... Tanto, que del disgusto se queda embarazada varias veces. Aunque eso último se lo debemos al golfo de Henry II, y por lo tanto Leonor queda libre de culpa y le añadimos cincuenta puntos más a nuestro Rancon, hombre decente donde los haya.
Los personajes religiosos de esta novela están hechos para ser despreciados, o, en el mejor de los casos, para sentir lástima hacia ellos. Rechazan lo natural, y con ello a las mujeres. Kaufman se opone a ellos tratando la maternidad y las relaciones amorosas como algo natural y positivo, y sobre todo como algo humano. Ellas aman, desean como las que más... Necesitan ser satisfechas, y no hay vergüenza en ello.
Hubiera comparado esta historia con una de esas novelas caballerescas sobre el amor cortés, que en realidad se reducía a un simple narcisismo masculino en el que las mujeres quedaban reducidas a figurantes (mudas, detalle que las hacía perfectas), pero Kaufman se desvía de ese camino a tiempo dándole un enfoque casi moderno a la historia.
Y, a todo esto... ¿Qué tienen que ver esos dos pobres Tristán e Iseo con la duquesa aquitana? Para mí, el uno no es nada sin el otro, y viceversa. Merece la pena que sean leídos juntos por un motivo bien sencillo: Leonor y Rancon son una versión más o menos feliz de ellos dos.
Los versos de la leyenda aparecen de vez en cuando a lo largo de los capítulos de la novela, la propia Kaufman hace que Leonor cuente sus desventuras como si de una Iseo se tratase, y, en uno de sus reencuentros con su
Tristán, los amantes caen rendidos en un sueño profundo después de horas de encierro voluntario y sexo. Las horas se convierten en días, la pareja se consume sin probar bocado pero aún con hambre el uno del otro... Y entonces Leonor cuenta algo: "Recordé el poema Tristán, cuando el rey Marcos había bajado la mirada con compasión hacia los amantes dormidos, puesto que estaban delgados y demacrados de tanto amor." Por ese tipo de detalles le di una oportunidad más a la novela. Intertextualidad, lo llaman. Y es un auténtico placer.
Dejo a mi doble pareja de amantes en paz. Una de ellas, leyenda. La otra, ficción... Ficción en lo que respecta a Rancon, porque el hambre de poder de Leonor no reducíría el resto de apetitos.
Y ahora dejo de escribir y me sumerjo en las leyendas anglosajonas menos dulces. Beowulf, su venganza, The Wanderer y The Wife's Lament me esperan, cambio amor y tragedia por venganza y luto. Todo un desafío.
Larga y próspera (sobre todo próspera) vida. Y buenas noches.
(Prometería que no va a haber más post largos... Lo prometería, pero no hay nadie ante quien pueda prestar juramento, así que nada.)
Tengo un campo de batalla por cabeza, con mis ideas por un lado y un tiempo demasiado limitado por el otro, con esos bandos chocando una y otra vez, clavándose las uñas y llenando la arena de tinta como si fuera una carnicería negra... Pero no, no seguiré por ahí. Eso es algo que quizá le pegue más a Ruiz Zafón y a sus historias sobre una Barcelona tétrica, misteriosa y siempre bohemia. Pero bohemia de verdad, en el sentido más auténtico de la palabra, donde los genios conviven con la miseria, la depresión, la sífilis y la absenta. Pero no con la muerte. Es mala compañera de piso.
Dex aie, allá voy...
Mi ejemplar de Tristán e Iseo me mira con ojos húmedos. Pensaba ser el único protagonista de la entrada cuando lo cogí de la estantería, hasta que, ojeando mi pequeña biblioteca, he rescatado mi Leonor de Aquitania (The Book of Eleanor), de Pamela Kaufman. Es una de las novelas históricas que más rápido he leído, quizá porque está escrita de una manera y tiene una serie de elementos que hacen la lectura mucho más ligera. Es lo que es. Una historia de amor (inventada, la autora no tiene problema en confesarlo) con intriga política constante. Y tiene lo que más me gusta de todo: la historia de una mujer importante en su tiempo. Tiene diálogos, muchísimos, cosa que lo hace aún más ágil, aun a riesgo de perderse entre tanta conversación.
Leonor no solo es una preciosidad, al menos en esta versión de folletín feliz. Es una mujer culta, interesada en las letras y en la música. Conoce el oc, lengua que escuchaba a su padre, Guillermo X, y a veces incluso lo habla con su amante, un hombre de cabello oscuro que se llama Rancon. Puestos a fantasear, recurramos a estereotipos y elijamos al típico caballero terriblemente guapo, de piel dorada y gran resistencia física en las situaciones que lo requieren... Kaufman nos deja con la miel en los labios, y después de tanta perfección descubrimos que está casado. Muy afligida parece Leonor al enterarse de esa noticia, realmente disgustada... Tanto, que del disgusto se queda embarazada varias veces. Aunque eso último se lo debemos al golfo de Henry II, y por lo tanto Leonor queda libre de culpa y le añadimos cincuenta puntos más a nuestro Rancon, hombre decente donde los haya.
Los personajes religiosos de esta novela están hechos para ser despreciados, o, en el mejor de los casos, para sentir lástima hacia ellos. Rechazan lo natural, y con ello a las mujeres. Kaufman se opone a ellos tratando la maternidad y las relaciones amorosas como algo natural y positivo, y sobre todo como algo humano. Ellas aman, desean como las que más... Necesitan ser satisfechas, y no hay vergüenza en ello.
Hubiera comparado esta historia con una de esas novelas caballerescas sobre el amor cortés, que en realidad se reducía a un simple narcisismo masculino en el que las mujeres quedaban reducidas a figurantes (mudas, detalle que las hacía perfectas), pero Kaufman se desvía de ese camino a tiempo dándole un enfoque casi moderno a la historia.
Y, a todo esto... ¿Qué tienen que ver esos dos pobres Tristán e Iseo con la duquesa aquitana? Para mí, el uno no es nada sin el otro, y viceversa. Merece la pena que sean leídos juntos por un motivo bien sencillo: Leonor y Rancon son una versión más o menos feliz de ellos dos.
Los versos de la leyenda aparecen de vez en cuando a lo largo de los capítulos de la novela, la propia Kaufman hace que Leonor cuente sus desventuras como si de una Iseo se tratase, y, en uno de sus reencuentros con su
Tristán, los amantes caen rendidos en un sueño profundo después de horas de encierro voluntario y sexo. Las horas se convierten en días, la pareja se consume sin probar bocado pero aún con hambre el uno del otro... Y entonces Leonor cuenta algo: "Recordé el poema Tristán, cuando el rey Marcos había bajado la mirada con compasión hacia los amantes dormidos, puesto que estaban delgados y demacrados de tanto amor." Por ese tipo de detalles le di una oportunidad más a la novela. Intertextualidad, lo llaman. Y es un auténtico placer.
Dejo a mi doble pareja de amantes en paz. Una de ellas, leyenda. La otra, ficción... Ficción en lo que respecta a Rancon, porque el hambre de poder de Leonor no reducíría el resto de apetitos.
Y ahora dejo de escribir y me sumerjo en las leyendas anglosajonas menos dulces. Beowulf, su venganza, The Wanderer y The Wife's Lament me esperan, cambio amor y tragedia por venganza y luto. Todo un desafío.
Larga y próspera (sobre todo próspera) vida. Y buenas noches.
(Prometería que no va a haber más post largos... Lo prometería, pero no hay nadie ante quien pueda prestar juramento, así que nada.)
viernes, 2 de agosto de 2013
Mrs. Morrison, trigales secos y ojos claros.
(Gracias, infumable conexión a internet. Mil gracias por no dejar que adorne esta parrafada con una imagen...)
Entre recuperaciones, Spenser y su The Fairie Queene y el proceso de adquisición del lenguaje de los niños, me queda tiempo, y otras sucias mentiras, para curiosear libros y abanicarme con ellos según paso las páginas. Echo vistazos tan profundos que casi los devoro de una sola vez, y casi puedo darlos por leídos. Mientras exploro la cocina buscando qué picar, elijo uno de los libros que metí en la maleta por pura casualidad. Bien, ya lo tengo: The bluest eye. U Ojos azules, para los que se nos escapan aún las versiones originales.
Robo un trozo de torta
de aceite y atrapo a Toni Morrison y a su pequeña Pecola, que fantasea con
tener los ojos azules para escapar de sus miserias. Mis dedos cada vez más grasientos
no me quitan las ganas de sobar bien el libro, tengo esa costumbre con todos los
que caen en mis manos, pero, por simple respeto, necesito una servilleta. Fuera
aceite, fuera grasa. ¡Por fin! No puedo esperar a abrirlo y a respirar ese olor
a nuevo, a líneas por leer… Y entonces vuelvo a mirar la contraportada. ¿Quién
será esta tal Morrison y por qué tengo una de sus novelas?
Lectura obligada en Género y Literatura en los Países de Habla
Inglesa, una de mis próximas asignaturas. Nobel de Literatura, así que mala
no debe de ser… Pero me bastó leer la sinopsis en la Wikipedia para meterla en mi
lista de “Libros deprimentes”. Eso me acobardó un poco a la hora de enfrentarme
a ella. No están los ánimos para leer historias tristes sobre entornos cutres,
violencia y abusos infantiles, y lo dice alguien que disfruta como nadie de las
tramas sangrientas y dramáticas, y entre cuyas tragedias favoritas está The Duchess of Malfi, de Webster.
Ojos azules, en cambio, era suave y profundamente desoladora, y
carecía del espectáculo dramático de las tragedias. Pero como no me gusta
hablar sin saber y no soporto criticar algo sin haberlo probado antes, pedí la
novela por internet, junto con otro libro más, y nada más recibirla la puse en
mi montón de cosas pendientes. Algún día le llegaría su momento, cuando tuviera
ánimos para enfrentarme a ella… Ánimos o puro aburrimiento. Y en un entorno
rural como el mío, me sobra de lo segundo. Eso, y una infame conexión a
internet.
No es una historia
compleja, pero Morrison la hace ágil, incluso deliciosa, a pesar de hablar
sobre un tema tan delicado como es el maltrato. Pero es que ella va más allá.
Retrata uno de los varios grupos sociales de los Estados Unidos de los años 40:
la población negra y, en concreto, sus mujeres. Todo desde un punto de vista
negro con pinceladas blancas, con unas alusiones a obras y personajes que hacen
la lectura un poco más amena, y permite imaginar cómo eran los ideales y los
ejemplos a seguir de la gente de aquellos tiempos.
Arrugo la servilleta
mientras pienso en uno de los puntos fuertes de la novela, y la arrugo bastante,
porque resulta turbador cuando lo descubres. Las descripciones emocionales son
para dedicarle un gran Chapeau! a la
escritora. Cada personaje tiene un pasado que explica todo lo que es en el
momento de la acción, porque, como en toda buena novela, nada es gratuito, todo
tiene un por qué. Y Toni Morrison parece saber bien eso.
Pecola, mi pequeña
Pecola… Amante de las caléndulas, de las muñecas y de la belleza de Shirley
Temple. Tan adorable que le puse la etiqueta de “víctima” desde el principio, y
a medida que avanzaba la lectura esa etiqueta se fue reafirmando. Es un personaje
que sufre, que es maltratado, despreciado… Y que está envuelto en una ternura que
me ha llevado a desear rescatarla de ese mundo de tinieblas más de una vez.
Una víctima con muchos
verdugos. Demasiados. Así es Pecola. Cholly, su padre, no es el único que
convierte su vida en un infierno. Su madre, que tiene la mano demasiado larga,
tampoco. Toda la sociedad que rodea a la niña se va convirtiendo en el blanco
de los desprecios del lector, pero las descripciones y las explicaciones que
Morrison da sobre ellos resultan tan agradables y entretenidas de leer como las
propias aventuras de Pecola… Y entonces los desprecios comienzan a dejar de
serlo tan radicalmente, y los matices de esas historias difuminan el negro
hasta volverlo gris.
Aquí es cuando me paro
los pies y trato de no seguir destripando esos detalles de los que tanto he
disfrutado después de un simple y rápido vistazo a Ojos azules. No ha dejado de pertenecer a mi lista de “Libros
deprimentes”, pero no por ello deja de ser una pequeña joya. Por la manera en
la que está escrita, por ese reflejo tan fiel y tan realista de un grupo
social, por el encanto de Pecola y esas ansias de justicia que inspira cuando
se leen sus desventuras.
Mientras cierro el libro
y recorro la cubierta en busca de huellas grasientas, le dedico un enorme ¡Gracias! a Mrs. Morrison por haberme
hecho disfrutar tanto, y porque ver una obra bien escrita siempre ayuda a que el
proyecto de escritora que soy aprenda un poco más.
Larga y próspera vida, y
buenas tardes.
lunes, 29 de julio de 2013
"La lingüística es una ciencia", y otras cosas que dan miedo.
(Estáis a tiempo de no seguir leyendo. Si tenéis tanto asco a la palabra "ciencia" como yo, quizá sea mejor dejarlo aquí... O no. Algún día habrá que superar traumas.)
Tan pronto y ya hablando de miedos... Pero es que las palabras "lingüística" y "ciencia" juntas en una misma frase me dan auténtico terror. O al menos eso sentía al principio de comenzar a estudiar esta carrera.
Me metí felizmente en ese paraíso de letras en inglés después de haber pasado por las ciencias sociales y la economía floja de Derecho, y me sentía a salvo de ciencias técnicas y complejas, de esas que mi cabeza se niega a entender y en las que nunca veo lógica... Hasta que me encontré con las teorías lingüísticas y todo ese mundo misterioso creado en torno a ellas.
Mi gran amigo Chomsky (amigo en el peor sentido de la palabra, si es que puede tenerlo), ese señor que parece estar metido en todas partes, en todas las disciplinas, revolucionó el mundo de la lingüística con un planteamiento innovador, la Gramática Generativa (o Generativismo), en el que el lenguaje y su conocimiento se ponían a la misma altura que el resto de ciencias, otorgándoles la importancia que realmente creo que se merecen, y también cierto estatus.
Todo bien hasta ahí. Bravo, Chomsky, todo hay que decirlo... Pero es cuando salen otros expertos contradiciendo esas teorías cuando uno se da cuenta de sus fallos. Para ti todo es ciencia (otro escalofrío más según escribo esa palabra), y has olvidado lo que, como amante de las ciencias sociales que soy, valoro más del lenguaje: su uso. ¡EL USO! ¡La aplicación a la vida cotidiana! Este es el punto de vista del Cognitivismo, y ah, creo que me enamora... Los científicos de las letras comienzan a caerme bien.
El tema empieza a tener un enfoque más práctico, más realista. No se limita a teorías pseudocientíficas que son eso, pura teoría, con una dudosa aplicación práctica. Siempre he pensado que una ciencia que no se amolda a la vida real es una pérdida de tiempo... Pero bueno, yo soy una radical y una vaga (reconozcámoslo), y todo lo que lleve la palabra "ciencia" me espanta de tal manera que soy capaz de inventar cualquier excusa para evitarla. No me juzguéis. Traumas tenemos todos.
Bien, el Cognitivismo parece ser lo mío, eso ya lo tengo claro. Aunque dentro de él pululan otras corrientes que imagino son básicamente lo mismo: Experiencialismo, Lingüística Funcional... Y personajes como Dik o Halliday, que casi se han convertido en viejos conocidos, y aliados de mi cruzada en contra de las ciencias no prácticas.
Una vez dentro de este mundo, una descubre que, como cualquier otra ciencia (vaya, creo que ya empiezo a encontrarme mejor según digo esa palabra), la lingüística es difícil. No hay que engañarse. Será de letras, pero no hay más que gráficos y esquemas que prometen ser claros y explicativos, pero que necesitan unos treinta vistazos para comprender realmente lo que quieren decir. Me gustaría conocer a algún valiente que me explique qué son los esquemas de imagen, porque meses después aún sigo sin saberlo... Eso sí que es una duda existencial, no las que aparecen en esas memeces de los libros de autoayuda y los panfletos religiosos. Aquí hace falta fe para creer. "I want to believe", rezaba aquel poster de Mulder en Expediente X. Y si David Duchovny lo decía...
Nada más que decir. Se me ha acabado el café, y un motor sin gasolina no funciona.
Un último apunte. A los de letras puras, mis más sinceras disculpas. Tenía una espina clavada, pero esto no volverá a pasar. No volveréis a leer nada relacionado con esas ciencias aterradoras. Prometido.
Larga vida y prosperidad. Y buenos días.
domingo, 28 de julio de 2013
Gracias, Sting.
Gracias, Sting. Gracias por la inspiración. Gracias por animarme a crear (¡POR FIN!) un blog que llevaba tiempo deseando abrir, y es que el título se lo debo a una canción que escuché hace muchos años, cuando aún no distinguía palabras en las canciones en otro idioma, sólo mezclas de sonidos que yo, con esa feliz inocencia infantil, entonaba a grito pelao según sonaban.
Años después, unos diez más o menos, me encuentro metida en algo llamado Estudios Ingleses: Lengua, Literatura y Cultura (sí, todo en mayúsculas, que queda más solemne y resultón), la clásica Filología Inglesa post-Bolonia, después de hacer mis pinitos como estudiante de Derecho y salir desencantada. Porque sí, porque las letras me tiran demasiado (y la sangre también), y aunque me haya costado un año descubrirlo, estoy más que satisfecha con el cambio.
Una (feliz) vasca que en apenas unos meses ha descubierto todo un mundo que va más allá de la literatura escrita en los países de habla inglesa. Una lee temas, una busca datos, una curiosea bibliografías... Y las listas de libros y autores se multiplican, se hacen más y más largas. Estoy empezando a darle buen uso a una libreta que llevaba en el bolso desde hace años, en la que había comenzado a apuntar citas y fragmentos de las Gorgias de Platón y las Cartas a Lucilio de Séneca, costumbre que dejé por pura pereza. Pero ahora la costumbre ha mutado.
El número de escritores crece por momentos, y, cómo no, Shakespeare forma parte de esa cifra. Cualquiera pensaría que no había escuchado su nombre en la vida, pero hasta que no me he sumergido en su obra no lo he conocido realmente. El autor de Romeo y Julieta, la primera pieza que descubrí de él de oídas, sin leerla, es mucho más que Romeo y Julieta... ¡Vaya si lo es! Solo hay que ver el efecto que ha tenido en mí el atractivo Edmund de King Lear y sus monólogos de bastardo enfurecido y maquiavélico, muy a la altura del efecto fangirl que me provoca Nikolaj Coster-Waldau.
Pero es que Shakespeare ha sido uno de mis muchos descubrimientos, y según leo, según observo, me apunto eso de "Sólo sé que no sé nada" que decía Sócrates. Webster y sus tragedias macabras, Chaucer y sus cuentos de peregrinos, el feminismo de Woolf, Milton y su paraíso, el estilo de Austen, incluso Conrad y su Heart of Darkness... Y me quedo corta. Cortísima.
Englishman in New York, o esa primera aventura en solitario del vocalista de mis amados The Police, decía algo así como "I'm an alien, I'm a legal alien...". Buena forma de expresar esa sensación de estar en otro mundo cuando alguien de una cultura se inserta dentro de otra diferente. De momento me he colado en una pequeña parte de la cultura anglófona, todo desde la comodidad de mi sofá y de mi ciudad, pero algún día quiero volar. Sé que, llegados a cierto punto, lo necesitaré. Me veo dentro de unos años, si tengo esa suerte, como ese extraterrestre con papeles del que hablaba Sting, rodeada de teterías, pescado con patatas y paisajes lluviosos (muy tópico, lo sé).
Pero, antes de nada, este futuro alien legal tiene que aprender mucho, tiene que coger kilometraje y repasarse páginas enteras hasta que esas alas empiecen a moverse un poco. Me estrellaré de todas formas, lo tengo claro, pero es mejor haber practicado mucho y calentar bien para recuperarse rápido del golpe y no perder todas las fuerzas, guardar algo de ilusión. Y luego volar de verdad.
Fuera metáforas de aves y de seres de otro planeta, que cualquier excusa es buena para desviarme del tema principal y acabar hablando de animales, comida, temas más o menos polémicos.. O las tres cosas. Hay hambre, y mi pizza fría me espera.
Larga vida y prosperidad. Y buenas noches.
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