(Gracias, infumable conexión a internet. Mil gracias por no dejar que adorne esta parrafada con una imagen...)
Entre recuperaciones, Spenser y su The Fairie Queene y el proceso de adquisición del lenguaje de los niños, me queda tiempo, y otras sucias mentiras, para curiosear libros y abanicarme con ellos según paso las páginas. Echo vistazos tan profundos que casi los devoro de una sola vez, y casi puedo darlos por leídos. Mientras exploro la cocina buscando qué picar, elijo uno de los libros que metí en la maleta por pura casualidad. Bien, ya lo tengo: The bluest eye. U Ojos azules, para los que se nos escapan aún las versiones originales.
Robo un trozo de torta
de aceite y atrapo a Toni Morrison y a su pequeña Pecola, que fantasea con
tener los ojos azules para escapar de sus miserias. Mis dedos cada vez más grasientos
no me quitan las ganas de sobar bien el libro, tengo esa costumbre con todos los
que caen en mis manos, pero, por simple respeto, necesito una servilleta. Fuera
aceite, fuera grasa. ¡Por fin! No puedo esperar a abrirlo y a respirar ese olor
a nuevo, a líneas por leer… Y entonces vuelvo a mirar la contraportada. ¿Quién
será esta tal Morrison y por qué tengo una de sus novelas?
Lectura obligada en Género y Literatura en los Países de Habla
Inglesa, una de mis próximas asignaturas. Nobel de Literatura, así que mala
no debe de ser… Pero me bastó leer la sinopsis en la Wikipedia para meterla en mi
lista de “Libros deprimentes”. Eso me acobardó un poco a la hora de enfrentarme
a ella. No están los ánimos para leer historias tristes sobre entornos cutres,
violencia y abusos infantiles, y lo dice alguien que disfruta como nadie de las
tramas sangrientas y dramáticas, y entre cuyas tragedias favoritas está The Duchess of Malfi, de Webster.
Ojos azules, en cambio, era suave y profundamente desoladora, y
carecía del espectáculo dramático de las tragedias. Pero como no me gusta
hablar sin saber y no soporto criticar algo sin haberlo probado antes, pedí la
novela por internet, junto con otro libro más, y nada más recibirla la puse en
mi montón de cosas pendientes. Algún día le llegaría su momento, cuando tuviera
ánimos para enfrentarme a ella… Ánimos o puro aburrimiento. Y en un entorno
rural como el mío, me sobra de lo segundo. Eso, y una infame conexión a
internet.
No es una historia
compleja, pero Morrison la hace ágil, incluso deliciosa, a pesar de hablar
sobre un tema tan delicado como es el maltrato. Pero es que ella va más allá.
Retrata uno de los varios grupos sociales de los Estados Unidos de los años 40:
la población negra y, en concreto, sus mujeres. Todo desde un punto de vista
negro con pinceladas blancas, con unas alusiones a obras y personajes que hacen
la lectura un poco más amena, y permite imaginar cómo eran los ideales y los
ejemplos a seguir de la gente de aquellos tiempos.
Arrugo la servilleta
mientras pienso en uno de los puntos fuertes de la novela, y la arrugo bastante,
porque resulta turbador cuando lo descubres. Las descripciones emocionales son
para dedicarle un gran Chapeau! a la
escritora. Cada personaje tiene un pasado que explica todo lo que es en el
momento de la acción, porque, como en toda buena novela, nada es gratuito, todo
tiene un por qué. Y Toni Morrison parece saber bien eso.
Pecola, mi pequeña
Pecola… Amante de las caléndulas, de las muñecas y de la belleza de Shirley
Temple. Tan adorable que le puse la etiqueta de “víctima” desde el principio, y
a medida que avanzaba la lectura esa etiqueta se fue reafirmando. Es un personaje
que sufre, que es maltratado, despreciado… Y que está envuelto en una ternura que
me ha llevado a desear rescatarla de ese mundo de tinieblas más de una vez.
Una víctima con muchos
verdugos. Demasiados. Así es Pecola. Cholly, su padre, no es el único que
convierte su vida en un infierno. Su madre, que tiene la mano demasiado larga,
tampoco. Toda la sociedad que rodea a la niña se va convirtiendo en el blanco
de los desprecios del lector, pero las descripciones y las explicaciones que
Morrison da sobre ellos resultan tan agradables y entretenidas de leer como las
propias aventuras de Pecola… Y entonces los desprecios comienzan a dejar de
serlo tan radicalmente, y los matices de esas historias difuminan el negro
hasta volverlo gris.
Aquí es cuando me paro
los pies y trato de no seguir destripando esos detalles de los que tanto he
disfrutado después de un simple y rápido vistazo a Ojos azules. No ha dejado de pertenecer a mi lista de “Libros
deprimentes”, pero no por ello deja de ser una pequeña joya. Por la manera en
la que está escrita, por ese reflejo tan fiel y tan realista de un grupo
social, por el encanto de Pecola y esas ansias de justicia que inspira cuando
se leen sus desventuras.
Mientras cierro el libro
y recorro la cubierta en busca de huellas grasientas, le dedico un enorme ¡Gracias! a Mrs. Morrison por haberme
hecho disfrutar tanto, y porque ver una obra bien escrita siempre ayuda a que el
proyecto de escritora que soy aprenda un poco más.
Larga y próspera vida, y
buenas tardes.
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