martes, 27 de agosto de 2013

"Oc... Et mon Iseut."

Asusée... O lo que viene a ser "al ataque" (o "adelante") en lengua de oc, porque últimamente escribir se ha convertido en una necesidad que me da mucha guerra, y toca combatirla aunque sea con unas pocas líneas.
Tengo un campo de batalla por cabeza, con mis ideas por un lado y un tiempo demasiado limitado por el otro, con esos bandos chocando una y otra vez, clavándose las uñas y llenando la arena de tinta como si fuera una carnicería negra... Pero no, no seguiré por ahí. Eso es algo que quizá le pegue más a Ruiz Zafón y a sus historias sobre una Barcelona tétrica, misteriosa y siempre bohemia. Pero bohemia de verdad, en el sentido más auténtico de la palabra, donde los genios conviven con la miseria, la depresión, la sífilis y la absenta. Pero no con la muerte. Es mala compañera de piso.

Dex aie, allá voy...

Mi ejemplar de Tristán e Iseo me mira con ojos húmedos. Pensaba ser el único protagonista de la entrada cuando lo cogí de la estantería, hasta que, ojeando mi pequeña biblioteca, he rescatado mi Leonor de Aquitania (The Book of Eleanor), de Pamela Kaufman. Es una de las novelas históricas que más rápido he leído, quizá porque está escrita de una manera y tiene una serie de elementos que hacen la lectura mucho más ligera. Es lo que es. Una historia de amor (inventada, la autora no tiene problema en confesarlo) con intriga política constante. Y tiene lo que más me gusta de todo: la historia de una mujer importante en su tiempo. Tiene diálogos, muchísimos, cosa que lo hace aún más ágil, aun a riesgo de perderse entre tanta conversación.

Leonor no solo es una preciosidad, al menos en esta versión de folletín feliz. Es una mujer culta, interesada en las letras y en la música. Conoce el oc, lengua que escuchaba a su padre, Guillermo X, y a veces incluso lo habla con su amante, un hombre de cabello oscuro que se llama Rancon. Puestos a fantasear, recurramos a estereotipos y elijamos al típico caballero terriblemente guapo, de piel dorada y gran resistencia física en las situaciones que lo requieren... Kaufman nos deja con la miel en los labios, y después de tanta perfección descubrimos que está casado. Muy afligida parece Leonor al enterarse de esa noticia, realmente disgustada... Tanto, que del disgusto se queda embarazada varias veces. Aunque eso último se lo debemos al golfo de Henry II, y por lo tanto Leonor queda libre de culpa y le añadimos cincuenta puntos más a nuestro Rancon, hombre decente donde los haya.

Los personajes religiosos de esta novela están hechos para ser despreciados, o, en el mejor de los casos, para sentir lástima hacia ellos. Rechazan lo natural, y con ello a las mujeres. Kaufman se opone a ellos tratando la maternidad y las relaciones amorosas como algo natural y positivo, y sobre todo como algo humano. Ellas aman, desean como las que más... Necesitan ser satisfechas, y no hay vergüenza en ello.
Hubiera comparado esta historia con una de esas novelas caballerescas sobre el amor cortés, que en realidad se reducía a un simple narcisismo masculino en el que las mujeres quedaban reducidas a figurantes (mudas, detalle que las hacía perfectas), pero Kaufman se desvía de ese camino a tiempo dándole un enfoque casi moderno a la historia.

Y, a todo esto... ¿Qué tienen que ver esos dos pobres Tristán e Iseo con la duquesa aquitana? Para mí, el uno no es nada sin el otro, y viceversa. Merece la pena que sean leídos juntos por un motivo bien sencillo: Leonor y Rancon son una versión más o menos feliz de ellos dos.
Los versos de la leyenda aparecen de vez en cuando a lo largo de los capítulos de la novela, la propia Kaufman hace que Leonor cuente sus desventuras como si de una Iseo se tratase, y, en uno de sus reencuentros con su
Tristán, los amantes caen rendidos en un sueño profundo después de horas de encierro voluntario y sexo. Las horas se convierten en días, la pareja se consume sin probar bocado pero aún con hambre el uno del otro... Y entonces Leonor cuenta algo: "Recordé el poema Tristán, cuando el rey Marcos había bajado la mirada con compasión hacia los amantes dormidos, puesto que estaban delgados y demacrados de tanto amor." Por ese tipo de detalles le di una oportunidad más a la novela. Intertextualidad, lo llaman. Y es un auténtico placer.
Dejo a mi doble pareja de amantes en paz. Una de ellas, leyenda. La otra, ficción... Ficción en lo que respecta a Rancon, porque el hambre de poder de Leonor no reducíría el resto de apetitos.

Y ahora dejo de escribir y me sumerjo en las leyendas anglosajonas menos dulces. Beowulf, su venganza, The Wanderer y The Wife's Lament me esperan, cambio amor y tragedia por venganza y luto. Todo un desafío.

Larga y próspera (sobre todo próspera) vida. Y buenas noches.


(Prometería que no va a haber más post largos... Lo prometería, pero no hay nadie ante quien pueda prestar juramento, así que nada.)

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